Cuando mi querida amiga Inma Contreras , con su habitual gusto por la mescolanza, me habló de este proyecto, no conseguí ver una posible línea de trabajo. La verdad, El Greco y Juan Ramón Jiménez me parecían dos figuras demasiado alejadas en el tiempo y en el espacio como para tener algo en común. Sin embargo, estaban entrelazadas en algún rincón de mi memoria.
Como alumna de colegio religioso que fui, pasé largas horas estudiando un catecismo de contenido preconciliar que tenía en la portada una imagen del Cristo Salvador de El Greco. Esa figura casi humana, alargada a la española, con el rostro pálido y la mirada vigilante, no era más que la de un salvator mundi al uso. Sin embargo, su túnica roja llamaba poderosamente mi atención. Ese fogonazo pasional tan solo atenuado por la luz celestial no me parecía de recibo.
Aburrida
por lo que se decía en la tarima, la observación minuciosa de la
obra del cretense que contenía el librillo pasó a ser mi única
actividad en clase de religión. Del Catolicismo dejó de interesarme
el fondo. Ya solo quería forma. Esas extrañas combinaciones
cromáticas me fascinaban. Sin duda, la emoción me llegaba a través
del color, que no del texto. El momento apoteósico era encontrar la
magnífica Pentecostés
de armonías imposibles, figuras largas de cabeza pequeña y miradas
místicas, inundadas por la luz del Espíritu Santo que causa
estragos en sus ropajes. Emoción y posesión, gestualidad y locura.
Lenguas de fuego que llevaban a la convulsión, palabras ignotas que
expresaban el éxtasis (Hechos
2:1-13).
Así
que decidí hacer hablar a El Greco.Tal
heterodoxia graffitera me costó barrer la capilla y una terrible
reprimenda por parte de una monja zamorana. He aquí una versión
moderna de mi osadía.
Algo
parecido debió ocurrirme con Platero. Lo
leí a los once años. Sus colores no me pasaron
desapercibidos: esos rojos amapolados, esos negros peceños, esos verdes que la poderosa luz del sur convierte en glaucos, los ocres rutilantes, el alba nacarada y el atardecer moracho. Y, en el centro, la humilde figura del rucio ceniciento. Así que, en un acto vandálico y sublime, decidí
pintarlo. Aún conservo esa vieja edición, muestra de mi lectura entre sensual y pueril.
Este
es un año para repintar el Platero
y dar que hablar a El Greco. Buscad el/la niñx que fuisteis y
acercaros a ellos con ojos infantiles y lápices de colores. Os
sorprenderán sus semejanzas.
Aquí os dejo un webmix de recursos para acercar Platero a vuestro alumnado. Que disfruten.
Rosa Díez Domènech
Y compartir en las redes , tiene efectos cómo éste:-)
@Teacherrose1964 @jsmartos @Mamenjg12 @londones @ManuElpielRoja @inmitacs El Greco retocado http://t.co/AiQFCrsZiB pic.twitter.com/ALo1MneNdY
— Diego Ojeda (@interele) marzo 21, 2014
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